Pintar. Llevo haciéndolo desde pequeño. Tendría
ocho o nueve años cuando don José Alzuet, mi profesor de pintura, me inició en
sus técnicas. ¡Si no tienes trapo, no pintas! ... Don José ¿con qué se pinta
mejor? ¿prueba a pintar con todo y sobre todo y lo sabrás!
Desde entonces es lo que he procurado hacer,
pintar con todo y sobre todo, aprender la técnica, el oficio, componer bien,
disfrutar con el color.
Desde entonces sigo enfrentándome a la pintura,
trabajando con la pintura, disfrutando con el color y reflexionando sobre su
significación y sentido.
Más allá de la técnica, más allá del oficio, más
allá de su temática o discurso más allá de sus efectos, más allá incluso del
virtuosismo, una pintura adquiere sentido si se erige en artificio; es decir,
en objeto elaborado con arte. Lo que es tanto como decir en objeto creado,
facturado, para transmitir un mensaje inefable que no puede trasmitirse con
palabras. Este mensaje parte del mundo íntimo del autor y adquiere perfección
en su encuentro con el espectador, removiendo sus sentimientos y memoria y
haciéndole partícipe de las íntimas pretensiones que lo suscitan. Deja con ello
de ser espectador y se convierte en coautor completando la obra que adquiere en
ese acto multitud de nuevos e insospechados matices y, con ellos, su plenitud.
La técnica que se utilice para ello no importa,
simplemente debe ser utilizada con la debida corrección y ser la adecuada para
el fin que se busca; el discurso, si pretende serlo, debe utilizar un lenguaje
conocido, y puede ser importante, pero nunca esencial para erigirse en
artificio; los efectos, sin duda ayudan a reforzar aspectos del mensaje, pero
por sí mismos no pasan de ser pura pirotecnia; y el virtuosismo está muy bien
para una mera tertulia de café o para andar por casa en zapatillas.
Botticelli pintó su nacimiento de Venus con temple sobre lienzo. ¿A alguien le importa?
El cuadro cuenta una historia ¿tiene importancia? La composición, el color, los
fondos del cuadro, los adornos, el ropaje, la posición de las manos de Venus
ayudan, refuerzan sin duda, la noticia que cuenta; de la delicadeza del trazo,
de la suavidad de la pincelada sobre el cuerpo desnudo de la figura principal,
de las desproporciones buscadas en la excesiva longitud del cuello y del brazo
izquierdo de la diosa se han escrito multitud de tratados elogiosos. De lo que
verdaderamente hace maravilloso a este cuadro es mucho más difícil escribir
porque su grandeza es inefable, trasciende el objeto y se erige en artificio
con el que el autor consigue que el espectador se percate de que nace para el
mundo una diosa de la belleza y que sea con él testigo y partícipe de este acto
de creación.
Juan Ramón Gancedo
Arquitecto
Profesor
de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra
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